domingo, 1 de septiembre de 2013

dominguito


Basta poner un pie en la diagonal 77 para que se nuble en toda su extensión; la flaca es gris de cabo a rabo, así como a la 80, un poquito más nutrida ella, le gusta tirar viento para aquel lado: un vientito inconstante sin otro fin que el de joder y divertirse, pero sin extraordinaria maldad. Al menos tiene sol. Así, lidiando entre bufandas que se abren en vez de envolver y cosas que caen y se enredan, llega el transeúnte salvo y con la cara levemente demudada por el fresquete y entra. Se promete no decir nada acerca de la temperatura pero la señora de panadería ya está lista: comenta, con cierta felicidad que no puede disimular, que dan más frío para mediados de semana, y enfatiza, alentada por un señor mayor que hace que sí con la cabeza esperando su turno para meter bocadillo al tono, así no se puede vivir, el transeúnte esnifa y lagrimea, pide medio quilo mentalmente mientras espera.
El señor, que sigue moviendo la cabeza como un perrito de auto, está de acuerdo con todas las afirmaciones de la señora y a esta altura ya tuvo un par de oportunidades para dar testimonio, basado en su larga experiencia, de que los coletazos del invierno en despedida son los más bravos y de que la primavera es fría. Qué gran verdad, dice la señora. Están intentando seducirse. Porque sí nomás, por ese mecánico movimiento que acontece entre dos géneros invariablemente. No importan la palabra ni el discurso, que apenas si pueden ofrecerse como continente de sentidos que los trascienden. "Medio kilo, por favor", son las que elige el transeúnte, con el mismo fin y, más tarde, "Hasta luego". Y más tarde esquiva a la mafia del pan relleno, mira con poco fervor mates labrados y huele incienso. Una canción larga suena: parece un introito continuo que no explota; suena, unos metros más allá otra, que explota continuamente y un sikuri prolijo y triste le mete dulzura a Melodías desencadenadas con el fin de vender discos. Con el mismo desgano con que miró los mates acepta responder preguntas de alguien, que, asegura, lo habrá confundido con alguien.
Todo huele a despedida.
Puf, ojalá tuviera -piensa casi con risa el transeúnte -el tamaño de mi dolor.
En la 7 parece haber menos gente de la que debería, como casi siempre los domingos.

domingo, 11 de noviembre de 2012

INICIO FINAL




Vivir en estado de muerte es la consigna, quizás. Vivir en estado de despedida; vivir dejando y siendo dejado por el mundo y las cosas habituales. Siendo dejado por las calles que nos veían, las calles que callaban y en ausencia gritan, o eso nos parece por el modo en que ensordece la falta cuando el recuerdo estrella las paredes y el presente es tan fugaz que, de no ser atenazado y paladeado, ya se hace memoria o descuido.
Aferrarse es la consigna a la que invita la muerte, quizás. Y qué otra cosa, si vivir es estar muriéndose.

Prenderse, aferrarse, afibrilarse con todas las zarpas y tendones a lo que lata, entregar todo, dejarse invadir por el pulso de lo que se está retirando sin pudor. Mirar con ojos de búho, comer como un gordo, tocar como un ciego, beber como una ostra, reírse como un estúpido. Blasfemar, como buen creyente.

jueves, 26 de enero de 2012

Cosas que




como esto, lo otro


Mentiría si te dijese que soy o estoy feliz. También lo haría si pusiera énfasis en la tristeza o gloriara con ironía un estarse quieto inerte. Mentiría, en fin, de todos modos, aunque menos en el primer caso.
Ni sí ni no, ni blanco ni negro.
Está lleno de cosas por acá, como si el espacio no tuviese respiro, y las palabras -algunas, las determinantes- se trasvasan. "El verbal trasiego del ciego no hace mella en el tuerto", dijo, como misteriosamente, un profeta que amaba los crímenes imperfectos y los acertijos demasiado evidentes, pensando en dos generaciones por venir y riéndose por adelantado de lo que más luego sería objeto de disputas que acabarían, por aquello de sobar los sentidos únicos de lo múltiple, desvirtuandfo lo posible.
Viendo cómo se igualan las palideces en el triunfo y en la derrota y cuánto
de igualmente piadosos son cada cuales, cada uno a su modo, poco me importa, señor profeta, su agonía. No hay gran diferencia entre un iluminado, un sabio, un estúpido y un santo, salvando la ingenuidad del último; señor profeta, no me haga
perder el tiempo. Hoy, sin ir más lejos, hubo un desprendimiento de boludos en la zona este de la comarca: bastaba con moverse un paso o dos, y a otra cosa...
Adonde vayas, hay algo, y, si no, el recuerdo, y, si no, la inminencia. Acá (y cuando digo acá, eso quiero decir) es una zona alta y tibia que hace humanas a las personas, si vieras. Sin ir más lejos, mientras te pienso pasa un casal de gentes, dos de las cuales ríen. Yendo más lejos con el ojo, minúsculos se amuchan cual motoqueros, sin razón que pueda sostener la lógica del azar, manchas que hacen la vez de cuerpos. Las muchedumbres, cuando son plácidas, no sé por qué, me evocan la primavera o las quermeses domingueras, la fiesta de Santa Rosa, una feria fiera en la plaza; las muchedumbres me evocan tu ausencia y mi buscarte.
Mentiría si escondiese repentinas nostalgias, es cierto, pero de la imposibilidad del oro apareado al moro ya sabía.


II

                                                                                                               II- Primera puerta

Un hombre razonablemente flaco, escribe con tranquilo desafuero en una PC común y silvestre, probablemente comprada en Megatone y con monitor regalado.
Escribe: “Un hombre razonablemente flaco, escribe. Mira con dificultad en el monitor regalado. La máquina es un rejunte de piezas dispersas que el azar de los miserables arrimó. Escribe: ´Transformar el mundo. Resistencia.`”
El hombre flaco camina rápido por la ciudad, introspectivo y sin rumbo, mira ávido. Le interceptan el paso una viejita, luego una familia, después una pareja de enamorados. En la plaza hay gente que ríe, en el teatro unos obreros suben y bajan tablones, la gente se toma de la mano, se escuchan las risas a lo lejos y una adolescente que llama a otro. Va y viene gente, se encuentran y se despiden. Poco a poco se va relajando y ve al mundo con ojos buenos.
El hombre flaco imagina que la vereda es en verdad una cinta transportadora, que está quieto en el mismo lugar y que es el suelo el que se mueve bajo sus pies. Tanto lo imagina que sucede.

Nuevamente frente al teclado y al monitor. Borra la frase que había escrito, hasta el tercer punto. Selecciona la palabra “Escribe” y en su lugar escribe “No es necesario”. Queda, entonces: “No es necesario transformar el mundo”. Agrega: “Ya es de por sí lo suficientemente be…” Suena el timbre. Un vecino le pregunta si tiene un martillo y una llave francesa de las grandes. Él dice que no, que difícilmente vaya a encontrar una herramienta en su casa pero que si le sirve una pinza pico de loro se la puede prestar. El vecino no escucha ni atiende lo que acaba de decirle y sigue contándole que necesita una llave francesa de las grandes -explica gestualmente el diámetro que tiene que abarcar, de unos diez centímetros- porque es para un inodoro al cual le hizo un invento raro para que siga funcionando. Se extiende en consideraciones acerca de las casas viejas y sus inconvenientes y se despide. El hombre flaco envidia la pasión sencilla del vecino.
Continúa escribiendo: “No es necesario transformar el mundo. Ya es de por sí lo suficientemente bell…” Suena el celular. Atiende a una voz de mujer que dice
-Podrías llamar vos alguna vez, no?
-Sí, bueno, no era necesario que sea en este preciso momento... ¿Cómo andás?
-Para qué preguntás si no te importa? No era necesario en este momento pero sí en algún momento, aunque sea para saber si estás vivo, para saber si te interesa si estoy viva.
-Lo doy por sentado… por qué debería pensar en la muerte?
-Qué das por sentado?
-Que estás viva, de eso estamos hablando, no? Además te llamé ayer a la tarde, dos veces. Una no me atendiste.
-De compromiso. Eso es evidente.
-Hasta dije que te amaba. Digo, antes de que reclames también eso.
-Como si bastara con decir mecánicamente “yo también”. No es lo mismo decir ´Te amo´ que decir ´Yo también´ porque YO te dije que te amaba…
-Bueno, es lo mismo, cada uno se expresa a su modo, no me pidas que hable como vos.
-Y si yo no te decía, de vos no iba a salir.
-…-El rostro dice que no tiene ganas de hablar del asunto.
-Ves, ni siquiera me hablás, no te importa nada.
-No me interesa hablar de eso ni en ese tono. Ya aguanté varias viejas chismosas durante el día de hoy. Si querés hablamos del amor con el tono que le corresponde si no…
-Hijo de puta! No quiero volver a verte!
Continúa escribiendo: “No es necesario transformar el mundo. Ya es de por sí lo suficientemente bestial como para agregarle torpeza”. Duda si escribir "al mundo" o "el mundo" pero, por razones secretas, elige la opción equivocada.
Suena un reggaetón furioso a gran volumen y suena una Play. Mira con disgusto.
-“El hombre flaco, no obstante, tenía buenas intenciones…” -continúa escribiendo. Suena el celular. Atiende ya sabiendo quién llamaba.
-Ves! No te importa nada!
Escribe: -“El hombre flaco y erróneo, no obstante, tenía buenas intenciones. Respiró hondo, dispuesto a llegar hasta el final. ´El arte salva´, escribió”
Un par de hombres lo interrumpe para preguntarle si no vio una bolsa grande. Él no entiende muy bien pero dice que no la vio, que cómo era, pregunta mecánicamente y ellos explican pero todo sucede en silencio, sólo los ve mover la boca y hacer gestos. Se deshace de ellos a fuerza de decir que no.
-“El arte salva porque es prospectivo, no descriptivo” –escribe.
Corrige: “El arte salva cuando es prospectivo, no descriptivo”
Corrige: “El arte salva porque es prospectivo. Es la flecha del buen deseo lanzada. Al menos eso pensaba el hombre flaco. Sonrió mientras…”
Suena el celular. Una voz le dice que no le consiguieron remplazo y que por lo tanto deberá quedarse trabajando hasta las siete esta semana. Él alega que lo mismo sucedió la semana anterior. La voz le contesta que hay otros trabajos en el mundo.
Sigue escribiendo: “El arte salva porque es prospectivo. Es la flecha del buen deseo lanzada. Al menos eso pensaba el hombre flaco. Sonrió mientras una bocanada de aire puro lo inundaba, un estado de conciencia hecho oxígeno y la certeza de que el amor…”
-Murió mamá. Si podés vení –dice el mensaje de voz recién llegado.
En el fondo de la casa se produce una pelea; interviene a desgano separando a dos hombres y una mujer vestidos con toalla. Como resultante le queda un tajo en la cara.
Entra la policía pateando la puerta, pregunta qué pasó. A esta altura estaba lleno de gente y todos contestan al mismo tiempo dando diferentes versiones. Los agentes ponen calma a golpes. El vecindario asoma por puertas y ventanas y algunos no invitados deambulan por el espacio.
-Quién es el responsable de este lugar? –pregunta un oficial y todos lo señalan.
Ya en la dependencia policial, le preguntan el nombre.
-Por desgracia, me llamo Borges –dice y lo acompañan a una celda, en la que queda, quieto, muy quieto y azorado, mirando el vacío. Por la mejilla y desde el ojo le cae un hilo de sangre.

Después de todo


No hay razón para no estar ahí.
Afirmado en una esquina del aire, no necesariamente la más etérea ni lo contrario, pienso en el asunto, mano al mentón. Mi mentón, porque en este costado de la intemperie no hay nadie ni tiempo ni causa que no sea la de pensar. Para eso vine, después de todo, y después de todo no era una expresión formal sino literal, después de todo.
Era esa la pregunta, no si el sentido de la vida sí o el sentido de la vida no -liviandades...-: el dilema fundamental es por qué estar acá es no estar allá. Decir ahí, decir con vos, ya es acercarme, pero aún no es suficiente.
Un aguafiestas ya me había advertido que, después de todo, estar en un lugar es no estar en todos los restantes. ¿Solamente después de todo? y ¿cómo saber cuándo y cuánto es todo?, dije, fingiendo una pregunta donde había una afirmación evasiva que, en ese entonces no contempló la posibilidad de que si estar en un lugar es, sí, no estar en todos los demás, de todos ellos ahora me importaría sólo uno. 

Después de todo, no es tan cierto que después de todo no haya nada.

No sé ahí pero aquí


Adonde no llega el ojo, llega el concepto y adonde no, la memoria. O el deseo, que, bien vistos, se aparean.
Diría el mal poeta que uno y otro son amantes, y diría el inoportuno que las relaciones circulares, por borgeanas tal vez, por laberínticas e innecesariamente especulares, se anulan. Maldeciría hambriento de magia el escéptico de todo al racionalista, lloraría el excedido de hombría, reiría el cínico, buscaría síntesis el burgués. Y si todos
fueran el mismo…?
A la mierda, dijo el prosaico, que eran negros sus ojos, haciendo fsss entredientes…
Bien vistos, todos somos tiernos.
-Por mi parte, la parte del que ignora y absorbe, que no se me extirpe así, de manera tan burlona
y ostentosa el amor –dijo el\
La verdad que no sé ahi, ni me importa, pero acá

todo explota.



Gregorio



Pobrecito el cascarudo, triste vida le ha tocado: una vida sin propósito aparente, como no sea morir boca arriba comido por las hormigas, aplastado por un pie o agonizando en el borde de una cañería... Lo que se dice una vida de mierda. De las opciones de muerte que se le ofrecen, quizás la mejor sea la segunda, si es que lo pisan completamente; quizás por eso mientras pueda permanecer de pie, anda buscando en el medio del comedor la suela de un dios humano que lo libere por completo.

No sé cuánto vive un escarabajo, pero todo tiempo que le toque es demasiado como para apenas si mordisquear unos pedacitos de madera y caminar kilómetros y kilómetros entre pata y pata de una silla, quizás, si acaso, alentado por la curiosidad de un niño sensible que de vez en cuando lo pone en pie. Otra cosa no puede hacer, porque tampoco conoce el niño cuál es el rumbo mejor de un cascarudo, adónde ni a qué se dirige; supone que siente algo como agradecimiento si lo salva de resbalar a perpetuidad en la pileta pero ignora su futuro. Ni siquiera sirve para mascota el pobrecito.

Todo mal: si trepa por la pared, se cae; si cae en una tela de araña, lo martirizan hasta la muerte y lo mismo si queda boca arriba pataleando, y ni siquiera puede gritar o putear. Solamente el niño aún niño ve algo de caricaturesca ternura en su cuernito de rinoceronte enano hasta que su madre le advierta que es venenoso y muerde.

Más que el espanto, presumo que fue la indignación ante el sinsentido el origen de aquella Metamorfosis, y, sin dudas, un sentimiento especular.


Gregorio II

Es de presumir indignación en el móvil, dado que para una metamorfosis convincente no hacía falta extremar la monstruosidad: para el caso, da lo mismo despertarse convertido en margaritón que en Blattodea, ¿o sabe alguien cómo comportarse como margaritón de un día para el otro? Por muy benéfica, perfumada y bella que sea, verse condenado a la quietud, el imperio de la brisa y la buena voluntad de la naturaleza y privado de las piernas, el movimiento rápido, la voluntad propia, el aplauso y la palabra humana es cuanto menos desolador por la falta de costumbre y, cuanto más, pesadillesco.
Podría uno despertarse transformado en máquina calculadora o en paloma, en mesa o nube y los resultados serían los mismos. El desconcierto y la falta de aviso desconciertan y faltan al aviso.
Cualquiera de las posibilidades desasosiega y entristece. Podría, simplemente, despertarse uno un día transformado en otra persona, sin advertencia previa (qué hacer siendo, por ejemplo Gustavo Surt, cómo controlar el tamaño, la barba, responder a los pares y familiares…?), o en la misma persona pero con algo distinto o algo menos y el sofoco y la sorpresa serían inevitables.
Me dirán que eso no es otra cosa que lo que pasa todos los días gota a gota, que basta con mirar fotos viejas o subir una escalera, y, sí, pero…
Como si no fuera suficiente con la costumbre metamórfica que implica existir en el mundo, se permite además Quien sea cómo se llame si acaso existiese, tiempo para excepciones y sorpresas, omitiendo la línea recta y previsible y salteándose el goteo, quizás a cuenta de lo pasado o de lo futuro, quizás por capricho, y quizás por capricho un día, sin siquiera saberlo, nos levantamos rebautizados como Gregorio del peor modo: con casi el mismo rostro y casi los mismos miembros. Quizás por culpa de Vallejos un día la resaca de todo lo sufrido y gozado se empoza en el alma y fingimos hasta cierto punto. Y el goteo sigue, pero esta vez, desde dos casilleros atrás y desconcertados.
Nacer, dicen los voluntariosos; los desmemoriados no saben cómo comportarse.



Albúmmina



¿Quién -dónde, cuándo y por qué- va a mirar esas fotos? Todas esas fotos. A vuelo de pájaro superan las nueve centenas, y aunque fueran veinte... Del viaje al norte, del pasado increíble, de una familia y del cumpleaños de quince. ¿Quién? Por qué lo haría alguien, con qué excusa, con cuánta tolerante templanza escuchará los detalles de un múltiple y moroso suceso ajeno que habla solapadamente de la inminencia de la muerte? O de la muerte misma, manifestada (si acaso se manifestara la muerte) en mirar fotos: la muerte viva de estar suspendido en una gelatina nostálgica que no se explica de modo alguno. Las fotos, que siempre son del pasado y siempre son de otras personas, no se entienden, y no se entiende qué entenderá el que las saca, qué quiere decir, a quién quiere garantizar qué, pero están y se reproducen como conejos y se acumulan en depósitos públicos, mostrándose como vacas campeonas pero flacas, como escorts o como empanadas, pidiendo ojos.
Las únicas fotos del futuro son las de la Muy Interesante, pero la Muy Interesante es del pasado.
La foto del abuelo, vaya y pase, por curiosidad, espanto u ocio: las mirarás como atando cabos encerados, te parecerá encontrarte para, una vez encontrado, seguir perplejo, y más que antes, y más resbaloso entre las guías que buscabas dentro de un fabuloso mecanismo que de tan fabuloso ni siquiera existe. Ni aunque le pongas palabras, pequeño crédulo, ni aunque toques su periferia rugosa, ni aunque la imagines de novecientos modos que ofrecerás en alimento. En papel brillante, opaco o jpg sobre vidrio.

-Esta es de cuando tenía barba.
-Mírá.

El que saca fotos las saca, ¿las quita? ¿de donde estaban?
O las toma; entiendo que no las bebe sino que las hace suyas, las posee. Luego las plasma, si acaso, pero primero las extrae, luego se las apropia y finalmente las expone, y expone como rareza lo que ya estaba y no necesitaba explicación, por fuerza de su inmanencia. Miedo a morir, como se ve: un ladrón que roba minutos y, no conforme con ello, quiere extirparle los pocos que tiene al desgraciado que cayó en su red y estoico permanece fingiendo interés por el cumple de la Nancy, tu viaje a México, la chispa de la juventud, el eco de un eco del mismo amanecer o Ah, un instante fugaz e incomparable duplicado. Alego bostezando que no por incomparable será divertido, y que menos lo será concienciarme muriendo de este modo tan prosaico, y el álbum, afortunadamente, se termina. Y afortunadamente no queda registro.



Documento


Cuando quise regresar a mi patria no supe adónde ir. Me dijeron y dije de mí mismo que era un chajá que caminaba en diagonal, que fui un ruso de cachetes colorados montado en un silo del sur, que a veces como caprino bajaba de la cuchilla grande y otras fui mondonguero, y no era nada de eso. No cultivé cereales ni comí jamón ni tiraba cáscaras de mandarina ni era el charrúa ni ciudadano del mundo y mucho menos el sofisticado citadino culterano y banal que campeaba por los bosques del lobo azul.
Pregunté más adentro, ya que en todos los rincones me negaban la silla, el pasto, el agua y la palabra, y no pude encontrar indicio. Ni siquiera en el reino animal: no fui pájaro, no fui pez ni tuve la santidad de un cerdo. Los vegetales se negaron a reconocerme como parigual y sentía demasiado para ser piedra; además, aunque pobres, tenía piernas. Seguí preguntando más adentro, despatriado, desmadrado y apartidario nómade; quizás fuera del aire u otro elemento que no fuese el agua, y tampoco... En Marte fui expulsado por raro, para venusino era muy piloso; los lunáticos están tan locos que en la luna no hay nadie, así que tampoco nadie me reconoció, me recibió ni me repudió.
Sí me repudiaron los ataúdes y el amor, los platos llenos y el calor. Fuí, sí, ampliamente y contra mi voluntad galardonado en Hijodeputalandia pero no califiqué; menos aún en la Tierra de los Buenos.
No había adónde ni de dónde escapar. Indagué más hondo y más, tanto que, finalmente...



Con eso


Si para vos está bien, está bien y es suficiente.
Si podés encontrar la música que restalla entre cada latigazo, si ves el mundo donde debería haber silencio, quietud y espera, en esa elástica calma chicha que mulle los movimientos pensados: los flejes del verbo diario, lo sabés, esconden y muestran la maravilla innombrable que los ociosos atesoramos desde la periferia modelando lo vacío y definiendo por omisión lo que no es poso; el hueco sonoro del ánfora, el espacio que media entre el rostro y la máscara y esos centímetros kilométricos que separan cada pie cuando escapamos en vano sin saber la diferencia entre ir o venir. La sustancia de amor, en fin, que une al martillo y la cabeza del clavo en la tirante calma explosiva del semisegundo en que aquel se repliega levemente para abatirse. Ese retroceder con la tensión puesta en el avance duplica el miedo, el deseo, el tiempo.
Si el latigazo es de cromo y no golpea sino que abraza, está bien, y más si se finge salvaje y desmañado un gesto; si es ocultamente amoroso y evasivo, funcionará la maquinaria en el momento preciso y habrá paz. Habrá la paz honda del intersticio cuando husmees, cuando adivines lo que ya todos sabíamos.
Si la tensión es atención, será, para nuestra fortuna, goce lo que aparecía como miedo, tiempo y simple deseo. Y así la vieja tristeza tendrá un sentido.
Y estaremos vos y yo, y nada más
y el círculo
estará completo.

Si en algo de tu sonrisa tengo que ver, ya la felicidad será mucha.





Doce


Vachi

Resbala la cabra en la chapa, mira y no ve montañas. Alza la cabeza desde la lana despeinada, se afirma en los zapatitos de taco, levanta el ojo a la hoja, y no ve montañas.
Salta la cabra, soga al cuello, alambrado, pasto poco, caricia, no escucha balido: su propio llanto sin manada, su madre, su hijo, su cielo inmenso lejos. Disimula, por los niños, topetea con gracia.
-Si al menos antes pudiera... -dice diciendo "bee" y le parece ver a su hermano en una cúspide, pero no: era una nube distorsionada por el agua, salada cuando la bebe. Mañana a más tardar, lo sabe, será comida.

Gordo

Gruñe el  gordo y se empuerca y se frota y come. Se revuelca y goza la triste perpetua siesta de barro. Lo miran con ansias. Rosadito, redondo, chiquito, hermoso, busca la teta, tropieza, gruñe finito. Se anticipa al último fatal sapukay, que no es de rebeldía.
Barro eres, barro vivirás y morirás como viviste.

Crin

De los dos animales con ojo de hombre y casi hablantes, el más fuerte y sensual.
Hoy acariciado de cabo a cola, hoy amañado a guascazos, hoy crin al viento; mañana, carro que camina y azote. Ayer, crin al viento. A veces parece que sonríe desde la punta de la fibra mapeada, cobriza brillante irisada en tierras, color de manta y de oro bayo, refucilo de prócer, llena el aire de belleza cuando se encabrita y tuerce el cogote fuerte. El potro es padre, la yegua amante, el potrillo, ternura y deseo.
Quién, se pregunta el mirón, abnegó a las bestias?



La nave

En la playa los cuerpos falsamente morenos tendidos parecen cadáveres dispersos de una batalla reciente. Huele a carne vieja el bronceador. Desde lejos no se diferencia entre un culo y dos panzas.
Huelen casi igual el café agrio volcado y el zorrino desde la butaca once, llora un bebé y el tramo más largo es el de Federación hasta Chajarí. Federación, esa ciudad desangelada y sin gracia.
Es casi religiosa la devoción con que universalmente las doñas y los doños atesoran comida y papel higiénico en bolsitas de plástico al final de la góndola; es devocional la bizquera preocupada con que comparan y tantean, y se agachan y se levantan y acompañando el ritual los anteojos iluminan el enojo desde la punta de la nariz. Si por ellos fuera se estarían ahí toda la vida. Buen día, buen día y un hombre flaco y nervioso espera y apura. Es una irresponsabilidad dejar a los niños en manos de la abuela para ir de paseo al super; así terminan tontos y consumistas como sus padres, piensa el señor calvo a quien no salvó el resentimiento ni el reciclaje, ni escuchar la voz de un artista de ficción que le hablaba por boca de Hesse y en aquel entonces le dijo mandatos que lo emocionaron más por joven que por iluminados.
El hombre flaco condenado a ser tío y padrino dedicó la segunda mitad de su vida a rememorar lo vivido en la primera. No tuvo imaginación para la segunda parte, y ya la primera bastante le había costado; tanto que si no lo hubiesen empujado no se le hubiera ocurrido qué hacer.
Si por él fuera, se estaría ahí toda la vida sobando la criatura plateada de cuatro puertas abiertas con ritmo de cumbia. Ay, si toda la vida fuera domingo… y apoya el codo y cruza la pierna y sigue fregando. Se siente, quizás, poderoso, arte y parte de algo importante.
-He venido a toser grandes verdades –dijo el mendigo –traigo cenizas, llaga y memoria; conozco todas las formas del barro y del frío, y de la humillación sé bastante.
A nadie, por supuesto, le interesó y nadie escribió su historia. Siguió, no obstante, disertando con serenidad de blasfemo.
Soñó con escribir un libro intitulado "Guía práctica para no entender nada" o "Las mil maneras de no saber nada de la vida" pero fracasó con eficiencia.
-Tenés que comer -me dijo el médico, imperativo -pero no me dio comida ni caña. Hizo bien porque ya no tengo brazos con qué aferrarla.
-Mi amor, soy fuerte pero débil -se excusó el amante antes del último acto.
Doy tres vueltas a la vida cambiando de butaca o gastando el metatarso en otros barros de distintos olores y el de gorrita sigue manoseando el auto y a fuerza de agua y franela empobrece el domingo. El domingo inescapable y tentador atribuye a la conciencia la conciencia de que estar en un lugar es faltar en todos los demás, y de que son más los ausentes. Ciertos estados vienen acompañados de agua salada ocular y el mendigo, que ya estaba delirando, imaginó que en el pequeño mar de los ojos había un micromundo de cuerpos falsamente morenos, malamente tendidos.


Un viaje

En las vías de un tren suburbano ve el suicida cada vez la promesa de un descanso. Allí mismo donde el viajero recuerda nebulosos deseos de Antofagasta, Cusco y hosteles, en el mismo lugar en que unas mariposas interiores, como las del enamorado, le corren al inquieto desde el estómago a los pies, ve el suicida la fantasía de una aventura más radical. La ve también en los balcones, en los puentes y en un viaje largo y de tanta distancia que su nombre sea olvidado. El viajero ve rostros de amigos fugaces, cielos amplísimos, cansancio y dulce incertidumbre. Ve historia viva de piedra, de comida y de ojos escrutadores y desconfiados, ve la música hecha palabra con sonidos ancestrales en los mismos lugares en los que el suicida pide un reparo al fastidioso deja vu que le pesa como una roca prismática en la nuca.
Vaya novedad: un mismo objeto y distintas percepciones. El suicida cree haberlo visto todo y el viajero cree no haber visto suficiente, pero ninguno tiene paz de conciencia y ambos quieren escapar para volver.
Es decir, quieren volver.


Enero

Por ese particular egoísmo que tienen los muertos, no salió gemido ni explicación desde debajo de la roca septembrina que la niña, ya sin lágrimas, casi acarició.
Piedra que aplasta, basta, cantaba, juguetón, por detrás un pequeño fantasma que había sido feliz, pero ya era tarde esa tarde de crepuscular condena.
Fue el llamado de la selva, mi amor.




-Mientras pueda morir, estoy vivo -dijo


A mis hijos se los lleva el agua de la lluvia, el azote del viento y el fuego del sol.
Hago como que no me importa y persisto, cada vez con menos fuerza, cada vez con más empeño. Es tan profundo el ardor que me hago de piedra y vinagre, para que nada penetre, pero no está bien porque tampoco entra la caricia. Cierro fuerte los ojos, aprieto el puño y voy.
A mis hijos que moran cerca del tabuco que humilla se los lleva el viento: los cedo a la intemperie, los dono involuntariamente al océano, los sueño volando a la mano indicada y, por mal acompañarlos, me desplomo del vuelo en ocasiones de inoportuna conciencia.
Hasta ahora, no obstante, sigue habiendo cosas más relevantes que el hecho vital. O que, mejor sea dicho, su caricatura burocrática.
A mis hijos no se los lleva nada ni nadie si no los paro: magra ventaja a la que me niego.



Que venga

Uno de los dos no se lleva bien con el otro. No sé si falla el azar o la voluntad, pero no congenian y la consecuencia es tan dramática como trágca, si bien quisiera que fuese solamente lo primero, ya que aceptar la segunda opción sería fatal como la resignación, o como el rostro asignado.
Uno de los dos no simpatiza con el otro, y se desencuentran, y se chocan y se esquivan.
Yo le llamo incertidumbre, otros Dios, otros misterio y sea cual fuese el nombre, si fuera el caso de que tal cosa tuviese importancia, cuando la persistencia y el sino no se enmaridan nace el infortunio. Exagero: quizás la simple tristeza.
Tengo amigos sabios y generosos y amante amante y por ende
no me quejo de estar celebrando lo feo y lo bueno.
Porque dicen los que dicen que dicen saber
que está en la naturaleza
de Dios apretar
para que salga sabia la savia.



Incilio


De tanto escaparle a la gravedad, fui perdiendo consistencia y textura, peso y color. Soy semitransparente, impalpable e inaudible. Volteo cosas para hacerme notar; choco puertas, toso, hago objetos intrascendentes. BUEN DÍA, digo fuerte; buenas tardes, me responden, sorprendidos por la materialización y la prontitud de lo palpable.
Hago fuerza hacia abajo para tocar el suelo; dijo el médico que por exceso de helio -o de hielo, no entendí bien-. Si me preguntan el nombre, improviso o apelo a la memoria emotiva, o, mejor, me referencio por terceros o cuartos: soy el hermano de tal, el hijo de cual, soy aquel que una vez o el amigo de quién.
Me estoy disolviendo. Se me impuso el no buscado arte de la aparición y la bilocación, y, de no ser por la mano derecha, que me contacta con los demás seres humanos, bien podría no estar o tranformarme en humo de ganja.
Soy un hombre que estuvo, uno que pasó, el que una vez dijo, ese que estaba al costado de, una leve sospecha en la memoria, la mancha de una foto. Ni hombre ni fantasma ni avatar, ni muerto ni vivo ni zombi, un ente de poca alzada y breve grupa que quiere aferrarse a las cosas triviales para sentir que siente o pensar que piensa.
Soy el colado en un evento pedorro del que ni siquiera me expulsan, el continuamente invitado a ningún lugar; perdí trozos en el periplo y no me persigue la CIA ni me conoce la Afip. Mis hijos me niegan, en Canterville me censuran la amistad y nadie me envidia ni reclama.
Pero me prendo, no sé cómo ni con qué y no entiendo
cómo no siendo ni teniendo, duele quién sabe qué cosa
que antes latía.

A las 4 de la mañana todos somos literatos, dijo Federico.



Día de invierno

El moderado culorrotismo de los comensales del tren quieto permitió al menos en algunos segundos del octavo mes que un cerebro en estado de furia no fuese condenado a la paz ni a homenajear al vacío para no caerse; le permitió ser piadoso acompañante fiel de un viaje ajeno de mala y constante ficción; un viaje yerto y lacrimoso que, de no haber estado aquel cerebro en estado de alerta, lo hubiese arrastrado al llanto perpetuo o a la inundación.
Por eso, el cerebro ígneo agradeció la existencia del fuego y agradeció el paréntesis y miró las cosas y creyó que todas las cosas eran versiones de la misma cosa.


Endemientras

Con paraguaya dulzura se precipitó el principito en el desierto, casi sin gemir. Como un cristito, poco se quejó: apenas si una lágrima, por formalidad, humectó la caída previsible. El camino de desandar fue breve como una sentencia, pero no tanto como para la desmemoria.
Cayendo, recordó que caía solo pero que no fue tan mala la emergencia, que había una rosa y una risa y unas manos, una frazada de color verde y cuatro hermanos, recordó que como fondos de vaso se cruzaron varias órbitas haciendo música, que chispeaba la lluvia y que fue alcanzado por pocos rayos.
-Si ya sabía que en país de Endemientras todo es perentorio, de qué me voy a quejar –dijo.
Con paraguaya bravura y magia de aprendiz afrontó unas veces los volcanes prohibidos y otras los vientos no tan hoscos del mismo desierto en el que hoy estaba cayendo analíticamente y fatal como la flecha del ginebrino, e igualmente libertario. Innecesariamente libertario, dijo hoy.
En Endemientras todo estaba permitido, ¿qué sentido tenía luchar por lo dado…? Sin embargo, ya ves…
-Al menos sufriríamos menos si no fuésemos tan poco toscos -le había dicho ella aquella vez y hoy él lo imaginaba una respuesta.
Con paraguaya tristeza reía, persiguiendo a la lágrima que se le adelantaba en el precipicio y fue su despedida un inquebrantable sapukay.


Quién sabe qué

Pasó el fuego y la furia, se terminó la intemperie y el bajo cero. Terminó el volcán y la piedra, finalizó el castigo.
-Eres libre -dijo el administrador, aún con atizadores en la mano y algo de sangre. Hablaba correcto español, parece, aunque la transcripción no delata el tono.
-¿Creías que no lo fui mientras caía? -desafió el condenado, a sabiendas, con pocos dientes sonriendo. Salía el sol y su propio cuerpo le fue novedoso.



Fuego manso

Puntillosamente y sin hesitar cultivé la no sencilla habilidad de estar en el lugar inadecuado en el momento menos propicio y decir o callar las palabras más innecesarias. Un arte arduo que no admite hipotenusas ni quinielas, que desprecia tanto la intervención del azar cuanto la del destino.
Delicadamente, paso a paso corto y constante, con frialdad de cirujano y corazón de enamorado, me ocupé, caminando en el camino de las flores y el lobo, de esquivar, de dilatar; el toro de la oportunidad nunca pudo cogerme ni le acepté motivo para ser su asesino. Todo estaba sensiblemente calculado.
Mientras daba vueltas por aquí el amor creando un punto centrífugo y áureo en la intemperie, me dediqué a llegar ya envejecido y ronco, ya demasiado lleno de agua y sal: ya demasiado llanto al mundo que, sorprendido por tenerme fuera del inventario, me puso en algún lugar precario. Pude vivir con y sin nombres y desde temprano comenzaron las fintas. Innecesarias fintas forzadas para evitar al que me evitaba y, quizás por tanto empeño en el escape, terminábamos juntos en el puente, casi siempre cerca de la madrugada. Nos mirábamos con acostumbrada desconfianza.
Todo estaba calculado: el mundo y yo terminamos siendo amigos. Él se dejó entender y yo concedí fingir simpleza.
Los pasos cortos de pesada pluma ingrávida y la espesura del silencio fueron el secreto y el arma. Y aquella frase entonces inentendida: Tranquilo, la llaga en las plantas te hace liviano.



Completamiente

Nosotros, esta explosión constante, los disfrazadores de grises, mentimos.
No hay error, señora, ni mala interpetación, señor: mentimos. Mentimos con intención, aviesamente, intensamente convencidos, con desesperación de niños viejos escapando
                              mentimos con el cuidadoso
                              rigor que impone
                              la libertad. Mentimos
porque amamos; no hay
allí esa curva ni aquella bondad: hay -es la vida- un lienzo de minutos vaciós, dudosos recuerdos y la fatal asnal zanahoria en el hocico del asno.
Asesinos de verdades pobres, insatisfechos enemigos del espejo y la gravedad, ficcionamos cuidados mecanismos que no siempre revientan con la precisión de una semilla. Pero no importa: ya no estábamos ahí.
Mentirosos como Pessoa pero sin talento, nos divertimos poniendo aquí el huevo, allá el canto; maternales somos, al fin, con el mismo dolor, con el mismo gozo.
Nosotros, no otros, a veces no somos ni siquiera lo que fingimos disimular: ni la explosión, ni la semilla ni la mentira. Ni este círculo espiralado sin grietas; sabemos
que no se puede mentir
donde no hay verdades.
Cínicos como palomas y mansos como víboras, astutos como una oveja ponemos la mira en ese lugar, pero, aún no ciertos, necesitamos ese amarillo y esa menta acariciada en el lugar del descuido.
Ese lugar, vos sabés, cuya llave es encontrarlo y más allá de cuya puerta se termina la nieve del mientras tanto.
Donde mora, quizás, la sonrisa, pero no es seguro.


Clic

Me transformé en el personaje que de mi propia ficción nació.
Craso, crasísimo error, habida cuenta de la naturaleza -si es que puede llamarse naturaleza al artificio- del personaje (Bruno, siempre se llamaba y era bruno), quien tenía por costumbre escaparse de toda obra en la que se lo quisiera constreñir.
Soñaba con ser su propio autor y muchas veces lo lograba.
No tenía, por ende, mucho sentido transformarme en alguien que se estaba transformando en mí transformándome en él. Era un estar nomás, mas en los detalles se esconde el diablo y no podía evitarlo.
No era su único sueño real. Las páginas, fuesen cien o doscientas, lo agobiaban  y al agobio resistía de mil modos. De todos los modos, el principal era romper y escapar. Nunca simplemente huir sin antes romper. ´De aquí no me voy sin llevarme a unos cuantos´, decía, trizando capítulos y personajes secundarios y terciarios.
No muy tarde me vi rompiendo desde dentro los libros que yo mismo escribía y llamándome -dejándome llamar- Bruno mientras Bruno, no sé a esta altura si el verdadero escritor o mi alter ego desatado, dictaminaba acerca de mis rumbos.
Las trizas de un mundo ficticio: no podía llamarse de otro modo el libro destinado a escribirse y romperse. Propuse Sísifo, pero el autor lo descartó por evidente y común. Se burló de mí varias veces llamándome Moebius, sin saber que la pulla fue la semilla de su propia condena. Y la mía.
Cómo salir del giroscopio, me preguntaba y preguntaba a otros personajes mejor dotados.
-Por arriba o por abajo, no hay otro modo -dijo uno.
–Negar la situación es fortalecerla –dijo otra de sonrisa permanente-; debes aceptarla y entregarte en lugar de luchar.
-Qué giroscopio?
-Si salís, dejás de existir.
-Pero es lo único que puede romper el embrujo. Asesinar al monstruo. Un artista debe ser necesariamente despiadado.



Antinostalgia

Como no está bien establecido en qué momento un suceso cualquiera pasa a la categoría de recuerdo, estamos alertas. Ayer amenaza, y no viene solo, sino de la mano de unas personas que nos enrostran la promesa de alguien que no somos. Todo recuerdo tiene algo de espantoso. Por bueno o por malo, la memoria retrae, pone una indeseada noción de tiempo en las narices. Los muy frágiles evitamos la confrontación y nos tocamos los costados para percibirnos presentes. Pero el presente es ladino y vamos con anteojeras, cual si la vera del camino estuviese llena de espejos retrovisores.



Contrarreloj

El hombre es un ser esencialmente desquiciado y perdido, además de mal actor. Comprensiblemente: sólo nosotros podemos serlo, locos; hay animales locos pero solamente desde la mirada humana, puesto que es nuestra la noción de un equilibrio ideal, fantasioso y nunca buen definido. Al no estar completa y universalmente definida y acordada la cordura, la primera afirmación queda en duda. Pero no la sensación, ya que, aunque indefinida, también existe la pulsión de cordura, acerca de la cual nadie se expide con certeza pero sí con decisión. La necia decisión de defender lo desconocido e indefinible. Como como siempre los locos y los boludos son los demás, con relativa tranquilidad de conciencia miramos con extrañeza el errático comportamiento de esa corporación denominada "Los otros" y esquivamos con poco fastidio sus fintas, cual caminante de vereda al que le interceptara el camino una familia tipo con niños que se escapan de las manos de sus madres indolentes.
Malos actores ante la mirada aguda y piadosa, hacemos como que hacemos tales o cuales cosas y decimos en voz más o menos alta que esas cosas son importantes: les ponemos un nombre y una carga ideológica, el traje que corresponde, y ahí vamos, héroes por un rato no muy largo que dura solamente una vida. El que hace de víctima o perdedor, al fin y al cabo también necesita justuficar su acting y poner la cara adecuada a la circunstancia y distribuir con elegancia o torpeza los silencios.
Nadie se entera de nuestra epopeya: después de todo, todos somos los actores secundarios de la historia de los demás y todos hacemos como que no sabemos.
Un secreto compartido a voces sordas, la única certeza, atormenta y nos hermanamos en un pacto de silencio, sembrando, por si acaso Dios se haya equivocado.


Cuando hablamos de otra cosa


Hablamos de reír, de no saber por qué. No saber por qué reímos ni por qué qué, ni por qué vivimos, ni por qué reír.
Hablamos, en fin, de no saber, en estricto silencio y cultivada ignorancia, pero elegimos reír. Cuanto más fuerte, más se opaca -se tapa- aquel sonido humillante y acuoso, salado y ocular, el gemido delator de la pequeña lluvia que nos da sustancia, hablamos
de la mirada lejos, de un resentido encono por el engaño, de la parte que nos toca
en el rebaño, de que pasó un año
y se va una vida; hablamos
de la salida saliva balbuceamos reímos. Somos, a veces, a nuestro pesar
y a trompicones vamos.
Pero qué desgarbado garbo indisimulado, qué flecha única, qué sinuosismo al pedo, cuánta brecha.
Cuán estrecha
es la vida.


INICIO FINAL

Vivir en estado de muerte es la consigna, quizás.
Vivir en estado de despedida; vivir dejando y siendo dejado
por el mundo y las cosas habituales. Siendo dejado por las calles que nos veían, las calles que callaban y en ausencia gritan, o eso nos parece por el modo en que ensordece la falta cuando el recuerdo estrella las paredes y el presente es tan fugaz que, de no ser atenazado y paladeado, ya se hace memoria o descuido.
Aferrarse es la consigna a la que invita la muerte, quizás. Y qué otra cosa, si vivir es estar muriéndose.Prenderse, aferrarse, afibrilarse con todas las zarpas y tendones a lo que lata, entregar todo, dejarse invadir por el pulso de lo que se está retirando sin pudor. Mirar con ojos de búho, comer como un gordo, tocar como un ciego, beber como una ostra, reírse como un estúpido. Blasfemar, como buen creyente.



No me mientas

No me mientas, porque hay un mundo lleno de gente, de todos los tamaños: hay pequeños y medianos, grandes, rubios y colorados, azules y negros; serios, pluscuamtristes, sonrientes y plenos, caminantes y en espera. Y todos hacen cosas: pequeñas, grandes, intrascendentes, mutantes, tentativas. El mundo está lleno, explota y rebosa, ensaya, se equivoca y acierta.  La vida vive, late y se mueve; a veces llueve, a veces no, y cuando llueve moja y reverdece cuando el sol y se envioleta en el amanecer. El mundo está lleno de gente que hormiguea; no sé si los viste cuando suben y bajan y cuando desandan o esperan. No sé si los viste cuando no estabas en silencio, y no sé si viste que te hacían gestos, que sonaba lejos una carcajada, y sonaba más que la campana, y más que el oscuro son metálico de la vanidad. No sé si escuchaste la multitud de guardianes de la noche cuando estabas solo; era una frenada, un sapucay, un llamado de amor y un serafín que cantaba igual que la brisa. Lástima si no estabas, porque todo era para vos.
No trates de engañarme. No me amenaces con el infierno ni me invites a tu pozo servil de fuego fatuo, dramático decorado de témpera vieja sobre papel descompuesto; no quiero ese carnaval decadente, insensible, inservible y previsible, no me cuentes lo que te adivino, que no quiero bailar la danza de los zombis de panadería.
No me digas que no hay nada, que no soy tan boludo ni estoy tan muerto como para no entender lo evidente y me quedan sentidos no tan sentidos. No pretendas que comparta tu voluntaria ignorancia ni pienses que puedo pensar que no existen dos manos blancas, si las veo y no son dos sino miles; acaso no ves que hay niños y perros y que el mundo habla, y habla de otra cosa? No ves que el misterio no es misterioso, que es una cosa y son muchas, y que son buenas.
Hay bienes muebles parlantes, cajitas, esferas, ojos con y sin pestaña, camino entrelazado como caparazón de tortuga, racional delirio, escalón y rampa, aliento, distinto, paisaje moteado, tintinear de formas y miasma, y en la multitud un chispazo, un frote, un trote, un alguien desconocido que es todas las personas del cosmos y quiere beberse el tiempo.
No compartas conmigo -y en lo posible con nadie- tu comida envenenada verbal, tu asesinato constante, tu camioneta oxidada pintada como sotana y esa ordinaria facilidad para encontrar nada donde nada hay; yo me quedo con los pedestres bestiales celestiales que con un solo grito ponen más allá del quinto paraíso al centro de la tierra. No molestes.
No compartas conmigo el vacío. Está lleno, y hay más, y crece. Hay turquesa y naranja, vozarrón y suspiro; cambia con cuidadoso azar el oleaje de pies y manos, que a veces se tocan y a veces se aferran por un segundo que aún siendo segundo es el primero y como sin quererlo  vuelve a comenzar la novedad. Como al principio de los tiempos, ni más ni menos.



Dijo el aldeano


Los administradores del reino ya no saben cómo expulsarme.
Lo han probado todo (lo he probado todo), tanto y tantas cosas, ninguna de las cuales buena, que enumerarlas sería una pena más, y lo sería en vano, como en vano fueron los intentos, como en vano fue la permanencia.
-Hay que ser moderado con la persistencia, hijo, puesto que todos los puntos cardinales desembocan en el océano.
Los conserjes del reino de Moribundia tampoco me quieren, ni me desean aquí los súbditos, ni los pajes ni los bufones.
Los administradores ya están cansados, con un cansancio limítrofe al olvido. Yo también, pero no dejo que se vea: disfrazo el agobio de soberbia y sutil desprecio. Si bien tengo la delicadeza de estar como no estando, por una ley en la que no piensan y cuyo sentido desconocen, de vez en cuando insisten. Pero no me voy, pero ellos y yo fabulamos una convicción que hace tiempo dejó de ser creíble, mas aceptar lo inevitable sería avalar el sinsentido y desaparecer.
Ellos necesitan odiarme, necesitan que no me vaya para seguir expulsándome; yo sé que más allá no hay nada y acá tampoco, y juego.



Misántropo


De cada cinco personas que conozco, tres se parecen a alguien, decía -dijo- un cantante platense de los ochenta que la historia disolvió. La impresión me quedó picando, rondando. La melancolía no pudo ser desmentida por la experiencia, entendida ésta como acumulación de circunstancias.
Fui a dar a una especie de estación terminal o nave quieta por la que pasan muchas vidas en tránsito casi continuamente. Yo permanezco, al menos por el momento. Al principio me dije "esta es la mía", entusiasmado por la idea de alimentarme de vidas ajenas, anécdotas, historias diversas de orígenes y derroteros extraños y particulares, gente aventurera con la mirada más allá o cargando y descargando memoria de las espaldas. Románticamente pensé "cada persona es un mundo muy hondo" y supuse que toda mirada sería un mapa de otro universo más lleno de cosas, coloridas, risueñas, trágicas, enterradas.
Grande y en aumento fue mi desilusión: sólo encontré gente mentirosa con poca gracia para inventarse la vida que no pudieron vivir; una anodinia multiplicada que antes del número 30 se hizo fastidiosa y previsible. Las mismas miserias de la vida quieta no se disimularon en el viajero: peleítas por monedas de 5, el mismo egoísmo barato, la misma ausencia de grandeza que todos. La misma incapacidad de tomar distancia del mundo y una banalidad tan grande, tan grande.
Me olvidé de mí, me hice oído y presté atención ávido, regalé tiempo y nada, no saltaba chispa, y pasaron primero decenas, luego cientos, luego fue un pasillo blanco de gente fotocopiada incapaz siquiera de fabular. Podría suponer que lo mismo les sucedería a ellos conmigo, mas no parecía importarles demasiado más que lo mismo que a todos.
De cada cien personas que conocí, noventa se parecían a alguien. Por esos diez y dos manos blancas no perecí.


san simón

El pobre San Simón, que así lo llamaban, era picoteado día a día por el bicho comepiés, tan propio de la zona y a la vez tan invisible por lo mítico, y tan visible por las consecuencias. Por deducción se supo que las esperanzas se aposentaban en la parte más baja de las extremidades más bajas; por el pobre San Simón se supo que había una manera de derrotar al monstruo.
El pobre San Simón, que así lo llamaban, quiso ser como un sabio para quien todo instante fuese alimento pero en su periplo fue el que celebraba la existencia del pan y anduvo con gente para quienes el amor siempre era novedad. Fue recipiente, escalón y andrajo, fue retazo y retozo, sirviente silencioso del sol de las madrugadas.
Derrotar al bicho comepiés incluía imitar algunas de sus artes pero con otros fines y tomar sus mismas armas cambiando de enemigo. Convertirse en pájaro cuanto más grande fuese la moribundia, crecer como hidrato hidratado cuanto más fuese el aguacero.
Dejó aquel epitafio en una de sus caídas, pues, como el tero, cantaba su muerte en lugares distintos, para despistar. Fue en la parte de su camino en la que gloriaba la existencia del pan aunque le sobraran monedas, cuando aún ansiaba una palabra distinta y escaseaban las que tuviesen relieve.
Fue un poco antes de que el recipiente de la paciencia se repletara, un poco antes de que el ¡Eureka! señalara que en lo sobrante había más vida. Que era lo mismo que decir que hay vida en todo lo que vive.


Eso nomás

No más de veinte o treinta cuadras tiene el mundo.
Viene bien, de vez en cuando y cuando apremia el llamado de la selva, caminar por la tierra y buscar las huellas pequeñas aún visibles de un niño que fue sabio y que fue bueno y que, muy de tanto, se hace audible y guía.
Viene bien dejar que caiga la lluvia tibia salada y, cerca de los pies, nazca el barro.


Seamos pájaros

-Seamos pájaros -dijo mi amigo.
Dijo seamos pájaros, parafraseando a un hombre supuestamente sabio que citó a un hombre cuyo nombre olvidaba.
-Como las aves, que no rezan ni lloran y siempre tienen alimento -pensé y no dije nada.
Seamos como los pájaros, dijo que le habían dicho; seamos pájaros, me dijo cuando estaba yo ya más allá del borde, cuando era servidor en el reino del desencanto. Ellos no preguntan si fue el viento, un hombre o la lluvia el culpable: hacen de nuevo el nido, van otra vez por ramas y buscan los pastos perfectos. Es la naturaleza del ave que hace nidos hacer nidos, y eso hace, dijo, lanzándose al aire.
Como los pájaros, había dicho mi amada que dijo un poeta que envidió la fe de las pequeñas bestias, y el recuerdo hizo que mi palabra fuese una pluma cayendo. Me enterneció la imagen del pajarito gordo precipitándose contento; me estremeció mi poca fe. Me estremeció la parábola y ante el miedo quise resistir.
Pero vi a mi padre, juntando despacio y ausente una rama, sin preguntar nada.
Pero me vi a mí mismo, que fui el viento y la lluvia y que tiraba mis propias ramas.
Hay distintos tipos de aves, y no todas caben en la misma metáfora.
-Además, no somos pájaros; somos hombres -. Mi amigo se recuperaba del panzazo.


Solamente vos

Sos la única que puede evitar un asesinato en masa o la imprudente piedad que se hace fuego a tragos; una desatinada corrección política que, autopunitiva, socava y pone tristeza en la pupila; mil disparos en el espejo, doscientas puteadas en bumerán, el lugar en que el silencio es un granizo en el desierto.
Sos la única porque tu risa es todos los sonidos posibles, porque tus manos, porque el río tibio salado rodando dice tu nombre y es como si me llamara, cual si en vos no quedara más opción que ser feliz.


Los pescados son evidentes

Los pescados son evidentes ni bien asoman la cabeza fuera del agua.
Los pescados, ni bien abandonan su condición de peces, se hacen obvios, impolíticamente indudables y políticamente correctos. Ni bien asoman la cocorota y abren la boca y muestran los ojos muertos.
Pero, como todo lo demasiado evidente, pasan inadvertidos o, peor, encuentran cómplices que en su igual condición de abandonados por la humedad se hacen los distraídos y fingen conversar o decir cosas que remiten a algo cierto. Y debe ser, sí, cierto, porque todos hablan y hacen señas con las aletas, y, si ríen, aplauden con las branquias. Los pescados no hablan: boquean.
Fuera de su elemento, los ojos gotean gotas viejas, hasta que se terminan y sus miradas se hacen de vidrio bizco. Y da una tristeza...
Mas no es posible ser compasivos, aunque se ponga voluntad, pues que la tristeza es nuestra. Y si la piedad es autocompasiva, como casi siempre lo es, no tiene mucho sentido y carece de verdad.
¿Soñarán con agua? Los muertos no sueñan, me responde un semejante y sumerge su cabezota en el aire, donde no hay aire y es necesario aparentarse vivo.
Como todavía puedo llorar -me queda un tiempo antes de coletear- el agua se funde con el agua.


Pájaros

El ave es una bestia ingrata. Si estuviera ella en trance de muerte y la pretendiera usted viva gracias a la gracia de su mano, se resistirá a seguir siendo: soplárele usted las entrañas, diérale alimento y agua o amárela y la salvaje se irá como sea; si no fuera suficiente con las fuerzas de sus muslos y bíceps, procurará -y logrará- que la vida se le retire. El pájaro es un animal que quiere irse y desconoce, al respecto, los grises y los negocios. Niega lo que no sea vida, muerte o trabajo.
Me dirás de los canarios y las gallinas...  bueno, esas no son aves, porque las aves solamente aceptan alimento de Dios, no de los hombres.


Nada que ver

Yo, que tengo la urgencia del moribundo, puedo, sin embargo, todavía entender, si me permito el tiempo necesario para la equidistancia, tu avidez de vida, mucha y buena, tu hambre fugaz, tu necesidad de chispazo y catapulta.
Tu ansia de vivir es muy distinta a la mía de no morir, aunque usemos las mismas palabras, porque sabe el fronterizo para quién hace las cosas.
Vos no sabés por qué coleccionaba infamias y me alimenté de vidas ajenas en aquella mansión infinita; nunca supiste
que no tengo miedo a las esquirlas, y que no era boba la risa boba.
Sí, todos nos creímos alguna vez muy importantes; a mí me bastaba con que supieras por qué estuve en ese lugar y a quién dediqué mi mitad aún no inerte, por qué hablaba y para qué el silencio. Por qué fuí anodino sin necesidad y la causa del hachazo en medio de la frente.
A mí me bastaba con que una risa prologara la caricia.


Y sí

Ganarás el pan de cada día con el sudor de tu frente. Te digo más: vivirás para ganar el pan. Y algunas cosas más. Nadie dijo que grandes cosas: dije cosas. Cosas.
Y así será tu vida, hijo. Trabajarás para ganar el pan y será tu vida poco más: comer el pan, mirar pelis, festejar cumpleaños de quince y volver a trabajar. Será, en fin, tu vida, trabajo, comida, pelis, cumpleaños de quince y el futuro de tus hijos.
Para qué, me preguntas, esperando que te responda frases de almanaque pero te diré que para que tus hijos trabajen, ganen el pan, coman, miren pelis y vuelvan a trabajar. De vez en cuando festejarán los quince de sus hijos que, no muy tarde, trabajarán. comerán, mirarán pelis y volverán a trabajar.
-Eso es todo, señor? Eso es la vida...?
-Alguna duda te cabe?
-Qué pasará, señor, si sorteo las pelis, los quince, el pan y el trabajo?
-No se puede estar al medio, querido, dejá la santidad para los santos y la hombría para los hombres si no estás convencido.


Amanece

Hay un árbol loco que sube hasta el camino trotando y se queda en la banquina como un martillo o un duende cabezón. Dice que ya estamos cerca, que se termina el trapecio y comienza un nuevo soliloquio muultitudinario.
Es casi perfecto y de proporciones exactas el maridaje -ya inevitable- entre el hombre y la naturaleza por estas zonas descampadas. Para mejor decir, campadas.
Se termina la boa verde multiforme y el aire celeste que de tanto ahoga, pero la belleza sigue, sólo que con más conciencia. Unos hablan de vacas, otros piensan en el amor.
Se enlentecen hasta desaparecer los guiones hipnóticos -a veces blanco sobre gris, a veces amarillo sobre azul- que como un código morse monosilabico señala el avance, cronometrado por zorrinos kamikazes. Dios es tartamudo, bromea el árbol.
Hay un árbol loco medio cabezón inclinado en el borde de la loma que saluda y hace dedo.
-Ya tamo llegando a Concordia.
-Ahá.



Arelacse

Bajo
voluntariamente, me despedestalizo
-de ningún lugar- cual en inversa
escalera mecánica, como no siendo

Me hago menos, me apocopo, me contraigo
me retiro de mí
me distraigo. Desoigo
el llamado, borro las huellas
digitales, me quito recursos
que no tenía y me silencio. Pero una voz...:
"Nadie puede, sino Dios,
ser menos que sí mismo"
Me puteo y vuelvo a la calle
siendo menos que lo que quería no ser.



Cotidianos

Como corresponde y para que pasen debidamente inadvertidos, son objetos intrascendentes, casi invisibles por la constancia de su presencia.
Son cafeteras, utensilios de color celeste transparente con tapas de plástico o de lata, calderas que silban a cierta hora con un ronquido asmático familiar incomparable, un trapito de color olvidado por el paso del tiempo y muchas pequeñas cosas heredadas de mudanzas. Un mate rajado y una taza que se corta en el borde del labio y que en invierno se acomoda entre las dos manos a la hora de mirar el vacío. Objetitos incomprensibles de madera de uso desconocido y un salpimentero siempre vacío.
Suelen ser también objetos muebles de gran porte o una perilla fa­­llada con la que estamos sincronizados al tanteo; suelen ser un encendedor previsiblemente escurridizo que se esconde en las alturas y aparece cuando ya no es necesario. Un octavo kg. de arroz mal encintado que ya es como de la familia gotea granos desde el fondo de la alacena.
Particularmente a la mañana o en la hora del regreso, los ángeles acompasan y acompañan cada sentido; nos colocan en el universo, sostienen los días y nos dan una secreta identidad. Secreta, incluso, para nosotros mismos, y sin ellos no podría afrontar el mundo.
Podrán quitarnos el amor, un ojo, el prestigio y la tranquilidad, pero sin la pava y el mantelito y su mansa complicidad no somos nadie…


Precipito

Cuando Dios me soltó no sé qué dijo.
Un murmullo pareció palabras; también supuse una risa.
Fui tirado al mundo.
El mundo era frágil; se rompió y seguí cayendo. Más allá no había fondo.
Sinsentido, azar, absurdo, burdo, vacío. Eco de una mueca feroz.
Era una risa nomás y el infierno es no saber.
-¿El Paraíso es no preguntar? -preguntaba antes, cuando no caía.


Qué sería

Nadie tiene por qué saber lo que bien puedo callar, dijo el involuntario iluminado, y habló de otras cosas, siempre sólo rozando verdades y disimulando a medias.
Habló del sol, de la luna, de la palabra que habla de sí misma y banalidades diversas. Definió a las cosas por omisión como el alfarero describe la forma del vacío desde su contorno.
La verdad estaba ahí, dispuesta a precipitarse, y el escritor, en un hábil juego de dar y quitar, promovía que fuese la perspicacia ajena la que se hiciese responsable de un derrumbe que no quería avalar aunque ya soportaba su peso.
Algunos lectores sacaban polvos prometedores, otros tiraban escombros; los demás, jugaban al Frío frío a gran distancia del núcleo. El más agudo socavaba los cimientos.
La estrategia nunca funcionó y así la verdad no pudo jamás trascender su condición de mera sospecha, o de recipiente; al menos no mientras hubo seres humanos casi humanos y casi vivos.
Sólo quedó el pocero agudo solo, quien murió aplastado.


Yo argentino

Lo petulante argentino no se quita, viene en la sangre… dijo sin agresividad el colombiano ante mi reticencia a confesar que estaba compartiendo con él los cigarrillos más baratos del mercado.
-Bueno, no son precisamente los más caros… -había dicho yo; -ni siquiera los de precio mediano. A decir verdad, no creo que haya cigarrillos más miserables.
Los Dorados no se merecían semejante tratamiento pero el pudor de compartir poco me hizo aparecer petulante hasta en la derrota. En vez de decir “baratos” dije “no caros”, como aquel vicepresidente. Tan mezquino como el mismo me descubrí ante la observación del espejo.
Íntimamente creía estar haciendo una buena acción de humildad pero delataba lo contrario, al parecer, pues mostrarse avergonzado por la pobreza no sólo habla de una autoestima baja sino que ésta habla de no estar a la altura de las circunstancias reales ni de las deseadas a la vez.
Según el colombiano -que era sólo uno de los posibles colombianos del mundo- en su tierra, por el contrario, más se jactan cuanto más barato consiguen algo. Aquí, como se dijo una y otra vez, al revés funciona. Aún cuando se intente mostrar lo contrario, siempre se impone la aclaración. Del mismo modo, por extensión, se mide a las personas: “Será un boludo, sí, pero la junta con pala”.
Considerando que el colombiano era un colombiano y no todos los colombianos, supuse, no obstante, que pertenecía a una extracción social similar a la mía. Una clase económico social “no alta”, atribuyéndole estatura y jerarquía a las capacidades económicas, así que bien podíamos compararnos especularmente.
De la situación, que para cualquier persona pensante hubiese sido una oportunidad de reflexión, no saqué ninguna conclusión buena ante la disyuntiva de 1-jactarse de la pobreza o 2-jactarse de la riqueza, que es lo mismo que entre avergonzarse de la pobreza o avergonzarse de la riqueza. Jactarse de nada, hubiese sido la moción más lúcida, pero esto es dado solamente a personas lúcidas y anárquicas, así que me abstuve de aventurarme por esos meandros intelectuales por los cales no estaba capacitado para navegar. Jactancia porque sí, jactancia vana, como la vana jactancia del grillo en la ventana.
Ya que el Capitalismo es más un sistema de valores que económico, la riqueza de espíritu suena a premio consuelo y es inaplicable a la hora de pagar un alquiler o comprar remedios. Y la riqueza de espíritu es habitualmente ostentada por personas que carecen de ella y por lo tanto la compran, cuando no la regatean.
Tan intrínsecamente arraigado llegó a estar el sistema que hasta se lo toma como si fuese propio de la naturaleza humana y, por ende, toda intención en sentido opuesto será vista como excedida en romanticismo y utopismo. Las falsas izquierdas con su necedad y su postura de comparsa necesaria contribuyen a esto y así es que es y seguirá siendo rey el sistema en vigencia, con más o menos salvajismo.
Creí entonces que lo mejor era mentir para abajo: ostentación descendente, podría llamarse, mostrando cicatrices y carencias imposibles de materia y espíritu, ficcionar un hombre que fuese menos humano que cualquiera, negar virtudes, esconder capacidades y sonreír bobamente. Hacer como que nos empuja el viento de la fatalidad. Es más cómodo para elaborar estrategias, pensé, pero tanto me metí en el personaje que de todo lo que en mí hubo de humano sólo quedó el estado de conciencia y dos brazos.
Con uno de ellos palmeé al colombiano y le dije que era un pelotudo.
San Francisco se reía de mí, y decía lo mismo.
En el fondo, sí, fui un petulante irresponsable.


Alquitrán

Ella, que era todo luz, fue fatal y constantemente invadida por un espeso alquitrán de origen incomprensible, de sentido inexplicable, sin causa justa ni efecto bueno.
Ella, que fue todo luz, fue humillada por el amor cual si aquel original afán, también fatal, mereciese castigo.
No supo cuál era el monstruo, si el amor o su castigo, u otra cosa, mas no pudo dejar de amar y de algún modo siguió dando lumbre a una causa que cuando más se acercaba, más horror traía.
Él, que no era luz pero a veces alumbraba y a veces con cierta calidez, fue aplastado sin cesar por rocas de hielo y puñales feroces. Él, que no era luz, se transformó en una máquina inútil llena de hambre y tristeza que no podía encender el fósforo que inflamaría el alquitrán, matando a los dos.
Ellos, que eran pequeños, luminosos y buenos, fueron despedazados con insistencia.
Junto mis trozos, dijo uno de ellos, cual si fuese un artesano de la precariedad; algo parecido va a salir y quizás vuelva a refulgir.
Uno de los trozos aún latía.


Vuelvo

Vuelvo a mi casa porque me extraña. Lo vi en las paredes cuando temblaron con timidez, a mi llegada. La puerta, quejumbrosa, manifestó su disgusto por la tardanza y rechinó los metales con más fuerza de lo acostumbrado. Con más de lo que, recordé, acostumbraba.
El olor, que antes parecía viejo, era el mismo, en el mismo alcanforado claustro de aroma como terciopelo. Una silla me acarició el muslo, como para llamar la atención y decirme con inocencia: “mirá, la mesa, ¿te acordás? acá está, se portó bien...”. Ahí estaba, acaricié sus aristas para reconocerla porque aún estaba semipenumbroso y corrí, sin pensarlo, la cadera para evitar el mueble grande mientras estiraba la mano hacia la luz, la llave de la luz. Nunca supe qué era el mueble grande: le decíamos así desde siempre a lo que bien podría ser un modular, tanto como una cómoda o un tualé. Descubrir más adelante que tualé era toilette fue una gran frustración; el segundo desengaño de mi vida. El primero fue haber nacido.
El túnel... Pasillo lo llamaban: tres segundos plenos de aventura y acogedora soledad camino al baño en la infancia; sucio siempre, polvoriento -¿Dónde deje el bolso?-. El túnel me atraía y me daba miedo, y hoy también, y hoy también la pared es insociable y áspera. Y hoy como siempre me sobrecoge la idea de que el túnel no termine y acabe mis días caminando sin rumbo y a perpetuidad. Qué idea tan tonta, morir eternamente, vivir caminando hacia la muerte y que la muerte no llegue... ¿Y si se hiciera circular y, por lo tanto, el peor laberinto? Hablo fuerte y se van los fantasmas por la invocación del mayor no vidente.
Hay algo de mí en la casa, tiene mi forma, mi carácter; por eso está siempre desordenada y a veces no la quise.
Al final de toda oscuridad siempre hay un baño, bromeo tontamente y un ser con mi rostro -pálido, diferente como siempre- me mira con curiosidad en el espejo.
-Volviste –me dice la casa.
-Volviste –le digo, feliz.


Mañana será otro día

Es de buen tono, efectista tono, invitar a vivir como si fuéramos a morir mañana. Desde Jobs en adelante y hacia atrás, más de un sensible dotado de inconsistente espiritualidad promueve esa idea, enancándose en budismos digeridos a los apurones o simple buena voluntad que, en la práctica, poca cosa significarán si tal cosa -morirnos mañana- fuese a suceder y estuviésemos enterados. Basta con poner la imaginación más superficial en movimiento para colocarse en ese hipotético momento y tratar de pensar cómo y en qué pensaríamos, si es que lo hiciéramos.
Habrá tantas respuestas como temperamentos, seguramente, pero por mi parte dudo seriamente que llegado a esa instancia la pulsión de vida me invitara a reír, tomar helados, chapotear bajo la lluvia y acariciar a los niños además de hacerles saber a quienes corresponda cuánto los quiero; más bien imagino desolación y estado de premuerte, melancolía y deseo de un milagro y, en el peor de los casos, voluntad de acelerar el proceso. En el mejor de los casos, un estado de anestesia por exceso de mala noticia, si es que no muero antes deprimido.
Pero tomar helados... a quién se le ocurre.
Más bien, perdido por perdido y ya en las puertas del infierno, por qué no en lugar de besar niños, saltar charcos y tomar helados les pegamos unos chirlos y los tiramos al charco a esos insoportables niños felices y les robamos sus helados?


Hombre con hambre

Va un hombre con hambre, va en arbitraria dirección poco recta, y no sabe si empujado o empujando, si viento o surco; se mueve en la línea sinuosa en la que el destino y la voluntad libran batalla, va como flecha delirante y mete las patas en el fango y en todos los lodazales y de todos los arrabales roba un cristal, lo lustra, lo rescata, lo regala, lo transporta y en cada barro deja una semilla. Va metiendo las narices donde no es llamado ni amado el hombre con hambre de no sabe qué: dice que que algo le falta o le sobra, y busca y rebusca y siembra. Va inquieto, infeliz pero contento, a veces, el hombre todo ojos con hambre, cuerpo que pide hembra, todo oído abierto de historia, curioso hasta el fastidio, se desplaza, salta, rebota de horizonte en horizonte. Se alimenta de pérdidas y extravíos, lo engordan las derrotas y dice, ya sin poco silencio: “Estamos vivos
si podemos dar”


Creer o reventar

El conocimiento, después de todo, siempre es mítico.
Cualquier conocimiento, el que nos es accesible a personas comunes y silvestres, al estar limitado y ser periférico, está condicionado por la ignorancia del todo posible de saber acerca de cualquiera de las cosas que pueblan el pensamiento y la experiencia, y, consecuentemente la idea del mundo que así nos formamos.
Bien visto, todo conocimiento será una cuestión de fe, ya que no sabemos más acerca del átomo que de Jesucristo ni viceversa.
Hay quienes sacralizan, sin embargo, el pensamiento "científico" y racional como si fuera más relevante y confiable que el que no atiende a razones o datos supuestamente comprobables y verificables. Verificables, quizás, pero no verificados, si ni siquiera sabemos cómo es que se enciende el televisor. Si vamos al caso, no tengo por qué tomar por válida la realidad de la existencia de la luna ni de Nueva York, sin embargo lo tomo por cierto al confiar en fuentes: es decir, por fe. No por deducción ni método científico alguno, no es cierto: se toman las supuestas verdades por ciertas de manera intuitiva; luego toda certeza es no más que una toma de postura, una elección.
Mucha importancia no tiene, de todos modos: se cree en cualquier cosa, hasta en las más impensadas, por simple impulso ovejuno. Basta ver los afamados Medios y su relevancia en la conformación de creencias, al punto de suponer, en ciertos sectores mayoritarias, que lo que sucede, sucede si sucede en los medios, aun cuando el absurdo de los imperativos mediáticos se demuestre por sí mismo, ahí van las masas, a ponerse barbijos, comprar Off para el dengue, angustiarse por Graciela Alfano y no fumar por miedo a una mala vida o muerte. Suspicaces, empíricos y porfiados, podemos comprobar que los “corpore sano” no son necesariamente más lúcidos y más buenos que los enfermos. Esto durará hasta que se “descubra” que no, que en realidad no era malo el tabaco, y saldrán todos, a fumar como poseídos, quizás avalados y empujados además por el gobierno. Todo es posible: según nuevas noticias, el plástico se degrada fácilmente en el océano, cuando hasta hace minutos demoraba siglos en deshonrarse, y cuenta la historia que el azúcar era reputado como dentífrico en sus inicios y es sabido que el tabaco era curativo. Así van cambiando las fes científicas y los ánimos militantes y así balando vamos detrás de verdades eventuales.
Y así balando y no sabiendo pretendemos aferrarnos a verdades grandiosas aún más ambiciosas acerca del funcionamiento moral del Universo suponiendo que por algo y para algo pasan las cosas que pasan, cuando bien podrían pasar simplemente porque pasan y nada más, azarosamente y sin sentido; bien podría ser que no hubiese castigo, premio ni Dios y seguramente que si lo hubiera no nos sería dado ni posible abarcarlo ni entender sus mecanismos, ya que, entender el cómo y el por qué del funcionamiento universal sería poco menos que poner un pie en en los primeros escalones del conocimiento divino. Y no, aunque sea evidente no está de más decirlo: no somos semidioses y con esta ignorancia tenemos que llegar hasta el final.


Somos

La gente de los alrededores tiene a Chajarí como un centro de deseo, un lugar ascendente y de cierta importancia al cual llegar y, a veces, hacia ahí dirigen la mirada, las ansias y los esfuerzos, y algunos logran su meta.
La gente de Chajarí sueña con ir a Paraná -para salirse de la chatura chajariense y su chismorreo, etc.-; los que lo logran sienten haber dado un gran paso. Aunque el resto del universo ni se percate de lo que acaba de suceder.
La gente de Paraná sueña con arribar a Santa Fe; Ahí sí pasan cosas, dicen.
Los que están en Santa Fe quieren llegar a Rosario.
Los rosarinos quieren, como todos, triunfar en Capital Federal.
Los que viven en Capital Federal quieren emigrar porque ya no les queda lugar para su tamaño; quieren ir a Francia o a España.
Los europeos quieren irse a Estados Unidos.
Los yanquis quieren irse a a Marte o a la Luna.
Los marcianos y lunáticos tímidamente merodean en platos brillantes las inmediaciones de Córdoba pero no se animan a bajar.
Solamente los cordobeses y los marcianos quieren ir a Córdoba. Es comprensible: únicamente un cordobés puede soportar la idea de estar rodeado de cordobeses todo el tiempo.
Los demás somos unos insatisfechos desagradecidos.
.


Desde el pie

Somos nosotros: los todos
el alimento silencioso; somos
los que a pesar del pisotón
y el viento en contra constante, vamos
somos más
que ladrillos, ladridos; somos carcajada
en sinusoide y pensamiento
fluido que repleta y sacia
somos presente perfecto
siempre naciendo, porque haciendo somos.
Reservamos el puñal
para mejores causas y escapamos
de la academia: la paja
que enciende la hoguera de castigo
para la idea libre. Somos
cerebro siempre fresco y bombo sanguíneo.
Somos escalón, puente, nudo y eslabón.
Somos
los nunca desamparados
porque aún desesperados
amamos
creamos
vamos.




Es un buen tipo

Octavio, un ser de inteligencia aguda y espíritu libre, dejó su campo, su cielo, sus hermanos y su paisaje y concentró todas las posibilidades a las que el destino lo invitaba en pos de tres personas que luego fueron cuatro, y no dijo nada.
Mi padre, antes incapaz de soportar atadura, eligió aceptar el desafío, y nunca dijo nada cuando el viraje, ni después. Pero lo evidente es evidente y si aprendí de su silencio correspondía callar lo que de todos modos no sería en su testimonio motivo de ostentación.
Mi padre, potro libre, nunca dejó de serlo cuando por nobleza optó por las ligaduras y lo fue más cuando sin quejas se hizo el distraído al respecto, cuando resignó las praderas y el trote imparable, cuando el amor se hizo contracción y olvido.
Pero en los ojos de mi padre anidan recuerdos. De las cosas vividas y de las no vividas.
Aprendí, sin aprender, de mi padre más de sus silencios que de lo manifiesto; aprendí de lo que no decía, mi padre es gesto e inevitable transparencia.
Podría haber sido cualquier cosa –y ninguna menor-: filoso filósofo, político, transformador, artista, guerrero o mago y dio, por grandeza, un paso al costado. No dejó de ser todo eso, de todos modos, salvo que con sutileza. Podría haber sido, y lo es, cualquier cosa grande, menos ladrón. Con su gracia habitual, una vez dijo que él no era ladrón, político ni policía no tanto por restricción moral cuanto por holgazanería, una de sus tantas agudezas. Mi padre es un ejemplo de inteligencia profunda, de la cual sólo pude siempre admirarme y alguna vez soñé con algunas gotas, y es parte de la mejor herencia que nos va dejando a los que pretendimos llegarle a los talones sabiéndolo imposible. Algunos de nosotros le robamos unas migajas y con eso hicimos pequeñas piezas de orfebrería pretendiendo que son de nuestra cosecha. Nada más lejos: secretamente y sin saberlo competíamos a ver quién se le parecía más.
Octavio nació al amor teniendo como capital el desarraigo, el desamparo y la incomprensión y con eso hizo un mundo maravilloso para otros. Cualquiera de nosotros hubiera muerto en el intento; de hecho, así fue varias veces y Octavio sigue esperando la palmada que no llega.


Pero si hay dolor es que hay vida

Yo la he visto y sí era mustia y abismal.
Desde septiembre como un Eros alcohólico condenado a cuarentena perpetua cada día me propongo evitar su abrazo.
Desde la casa donde moraba el invierno y el infierno cuando la miseria abrió sus fauces me niego a su paz cada jornada.
Desde el insólito despertar indeseado que no era sino mazazo en cada paso que tropiezo siempre solitario en la vereda callejón cada día es un esfuerzo la evitación de su abrazo de sombra.
Y no sé si hago bien; ni siquiera sé si lo logro o si sin saberlo sucumbí.


La calle

Cómodamente instalado en la mansedumbre del hogar con hogar, botella y mesa, escribo. Y al escribir invento y al inventar miento. Miento que hay un hogar, una botella y una mesa; miento que hay mansedumbre. Miento en el caos un relato circular de poca inspiración y un ciego, quizás el mayor, quizás el rey de los tuertos, se ríe de mi torpeza.
Una pequeña torsión verbal, un leve desplazamiento del sentido de los sentidos y el lugar común se espanta y ya en dirección a la verdad refuta y dice que vivir en la calle es vivir en la vereda, caminar buscando el sol, que duelen los pies cuando la llaga y el hambre humillan y una espada de hielo que nunca se disuelve atraviesa el pecho, la columna, el yo; un frío de miedo, de inminencia. La primera persona se hace tercera humanidad y escribe en el aire:
Hoy hace frío, hermano, y vos sabés
que no es el frío lo que duele.


Como brota la vida

Hay alguien que hace las cosas.
En este mismo momento hay alguien haciendo algo, algo de todo lo que
continuamente está haciéndose.
Es evidente, aun sin prestar atención, porque hay cosas, y cada vez
más. Sin necesidad siquiera de esforzarse ni pensar en el asunto,
aparecen cosas, que alguien hizo. Es -parece- mágico.
No los veo: a mi alrededor y adonde fuera no hay más que personas
que toman mate en la vereda y dan consejos o prometen, que están de
paso o volviendo, en dirección a alguna misteriosa tarea anónima o un proyecto
eternamente reconfigurado. No hay más que gente que dice cómo hay que hacer
las cosas que alguien hace.
No los veo, los oigo por la noche y a la madrugada: hay como un
sonido a camión que frena y arranca, una voz que grita y otra le
contesta, un murmullo que es un comentario colectivo de
admiración o perplejidad: es un "ooohhh" continuo entre
los pliegues del silencio y un tam tam persistente que tranquiliza.
Como por arte de magia o de duendes, brotan los objetos y las
circunstancias y así se hace la Historia.
Yo, me dejo vivir, y, mientras camino, espero, culpo o escribo, me
siento protegido por un laborioso desconocido al que todavía no
pude sorprender con las manos en la masa.
Hay de alguien unas manos invisibles -que, afortunadamente, no son
las de Adam Smith- que moldean las nubes o las exprimen, que tienden
la brisa y encienden el fuego o activan una lámpara azul que
favorece el sueño o la aventura. Podemos estar tranquilos: lo que deba
solucionarse, se solucionará.
No por nada la vida es mujer.
Yo, que no hago nada más que mirar, oler, despertar, comer,
aplaudir, ir, en fin, conjugar todos los verbos de esa actividad tan
inevitable, irónico pero no tanto pienso que, también, por eso, nos mata.
No lo lamento; después de todo solamente vale la pena morir de y por
amor.


Poca cosa

No era mucho más que eso, y poco menos. Había un árbol y los pisos tenían sol; los libros sabían a manzana y el tiempo a nada. Todo era una ficción inobjetable.
-Ante lo rotundo nadie hace preguntas: la realidad no paga derecho de piso --dijo un transeúnte mal disfrazado de lumbrera.
Hace bastante de eso. Las manzanas sabían a color rojo y el devenir a cosa sin importancia. La eternidad se demoraba unos minutos frente a la ventana y estábamos pluralmente solos, infalible y deliciosamente solos, estremecidos y tristes por la suspicacia intuida de un engaño. El de vivir, le llamaríamos después.


Plop

No es gota la gota sino cuando está cayendo.
De otro modo es charco, montaña de agua o alimento subterráneo pero es solamente gota en plenitud si su elemento es el precipicio, la incertidumbre, el espacio abierto y el derrumbe.
La gota cae sola y sólo sola en lo infinito es lo que es.
La gota kamikaze no puede elegir ser otra cosa y allí va su cuerpecito abombado; quizás sonríe porque sabe cuál es su función minúscula, inmensa en la suma.


De pie

Ella es el nombre
que invoco cuando ni aire
queda para el grito; es la certeza
el manto y la campana
ella es el aura
que destrona los tierras
del fondo en el que acampan
los sinsentidos y los absurdos, los laissez faire
de cada vida y la incertidumbre.
Ella es la otra y soy yo, pero deja huellas y flores
mucho más bellas. Ella
es el principio y el fin
de las cosas y su dirección. Es la mano
que suaviza y modela
lo que, de otro modo
sería
solamente barro
pero ya sin agua.
Ella es el acróstico:
La
ansiada,
única
risa
amada.
Lo demás,
son cosas
que pasan.



Ni mu

Tengo medio corazón activo; no sé si será suficiente, pero late el doble.
Sólo puedo amar de este lado; del otro, al parecer según sugiere la penumbra, soy frío y dejado, implacable en el desdén y rencoroso, mas mi media res vidente lo compensa si enfoco del lado correcto.
Con el alma renga y ambivalente voy a cabezazos contra la pared y los cordones; camino solamente de perfil izquierdo y no sé qué pasa con la otra mitad de la existencia; quizás con el tiempo sepa ver solamente lo que se ve.
Me río a media faz y lloro con lo que resta.


Agujero

No quiero verte por la mitad, así que no me avises cuando te vayas.
Pensé en el vacío, y me pareció verlo y que tenía la forma de tu ausencia pero llena de gente incomprensible y cosas carentes de utilidad.
No me interesa conjurar la distancia de tan mala, absurda e inefectiva manera: ni los metros ni las horas se resuelven escribiéndolos. Si no hay brazos ni voz y hay que inventarlos, no me
interesan aunque sí me involucren y afecten. No voy a caer en la trampa / de hablar con fantasmas.
Al frente hay una calle amable que sostiene personas; una cinta lila y ocre que gorjea, se hondona y se levanta y quieta se desplaza en las dos únicas direcciones posibles de la existencia: la de ir o la de llegar. A la tardecita aparece levemente sombreada de un misterio que es siempre el mismo, y cantan las chicharras su batucada en señal de resistencia.
¿De qué te hablaría? ¿Qué podrías creerme y qué yo a vos, qué clase de contundencia emocional fundada en cuál verdad de lo palpable tendrían las letras, así, sueltas, como abaloriando azarosas? ¿No sería, te parece, un juego cruel...? Somos, no te parece, dignos de más realidad o de nada.
Suenan casi igual las risas -que parece que nacieran solas- cuando rebotan en las lomas y se mezclan y se elevan hasta la panza del cielo, sereno como un mar sereno boca abajo. Desde el mar invertido caen pájaros en cámara lenta; uno, el marroncito, me mira y dobla hacia el oeste.
"Igualmente", devuelvo a un "Buen día" que viene cruzando. Una gana de llorar pequeña se espanta por motivo de lo sin causa. Río. Sur. Más allá de la risa o del río. Más allá de la flecha nace el lloro.
Tenían una idea muy burguesa de la aventura, pero no me ensombreció la sorpresa, si tantos gorditos y flacos barbados ambulaban en continua procesión hacia el Macchu Picchu, amortajados por Mastercard y volvían contentos porque vieron pobres en vivo y en directo y conocieron la intemperie y el pasado, y "ay, qué divertido, por Dios". Por Dios. Sí estuve triste, y muy, y desamparado ante el mundo, pero no fue culpa tuya ni lo es. Vanidad de vanidad en Navidad
y el cepo de lo tan previsible; hay olor a vacaciones, a entretiempo que amenaza, y la boludez no tiene descanso ni pudor.
Creo que el cielo se movió y ahora es una cama limpia tendida; aquel nimbus es la almohada y alguien esta tendiendo la sábana principal en oleaje turquesa.
Que no se vaya el mundo, dicen las chicharras, los parásitos, las sabandijas, los cascarudos; que no se acabe la melopea, mendigo en silencio y el gorrión vuelve a solidarizarse, ahora ascendente. Las azaleas laten y aplauden como vulvas, todo lleno de fucsia y perfume. Insisto en la presencia de un movimiento acompasado que no logro definir sino como una dulce inquietud invisible de origen poderoso con algo de mensaje. Lo impenetrable de lo penetrante, debe ser.
-Ese niño... está cada vez más flaco y más triste, qué raro.
Es niño, vive, mira, piensa y siente; qué tendría de extraño. Camina hacia mí y es como si fuera yo mismo. Los niños piensan en arena, en términos de arena, de tocar arena, de comerla, de correr desnudos bajo la lluvia.
Supongo que no supondrás que vivir es ser leído por alguien; en este caso, dos personas, dos de las cuales no cesan en su empeño de dejar de existir gota a gota, y que te darás cuenta de que cada letra configura una gota y por cada más de diez partículas la arena del niño original se precipita un tramo en el embudo de lo irreversible.
No es por nada, pero digo que no le veo sentido a este dejarse derrumbar que a nadie favorece, sino al dolor y a algunas empresas de correo virtual. Y un tramo más, y uno más, y pasan señales, fonemas, semanas y se va el único suspiro.
La aventura estaba acá, donde quisieras que estuviese.
Muevo los pies y la cinta de óxido de hierro deshidratado se pone en movimiento: me camina la arena en las plantas y veo cómo me buscan las cosas lejanas, cómo el Universo se modifica.
Somos, no te parece, dignos de más realidad o de nada. Y la nada, una hondonada que anonada, siendo nada no existe, pero horada.



Misterio

Pocos pensaron
que el cañonazo lanzado
desde la punta de la historia
caería tan pronto y tan no maduro
tan inacabadamente sorpresivo
cuando aún ni siquiera.
Pero nadie
supo cómo sabían las hojas,
la forma de su derrotero;
nadie supo cómo.
Finalmente, la humanidad
fue la mala secuela
de un proyecto fallido
que, tres siglos después,
no hay nadie que llore.
Pero nadie.


Occiso Narciso

Sé tú mismo, me dicen. Qué gracioso, como si se pudiera ser otra cosa...
Yo quería verme, desde todos los ángulos, saber que estaba en algún lugar, y pensé que de la suma de ficciones algo saldría; un promedio de lo posible como para al menos no tener por cierta la sospecha de una existencia usurpada por cinco mil novecientas noventainueve millones novecientas noventainueve mil novecientas noventainueve personas, como mínimo, algunas de las cuales eran conocidos.
De vez en cuando alguien me nombró y me pareció estar cerca de la conclusión del proyecto; otras veces me tocaron, algunos me dieron color, textura y un cuerpo que, aunque no era el mío, me sostuvo durante un tiempo con cierta incomodidad que la costumbre tornó convencionalmente identitaria. Resignado y en estado de espera me dejé disfrazar: me pusieron piel, unos pocos huesos, sangre y sentimientos. No pude ni quise resistirme hasta tanto no estuviera cierto de que verdaderamente fuese un engaño ni tuviese alternativa que ofrecer o confrontar a lo que, sin punto de referencia propio, me parecía ajeno e injusto, pequeño u holgado según la hora del día o de la década. Ciertamente fui continuamente mejorable, sin dudas, pero en relación a una entelequia que por desconocida e indescriptible me impedía argumentar o reclamar.
De aquellos millones, cada uno me expropió una parcela, y, cínicos, solicitaron cosas que supuestamente había robado o me habían sido concedidas injustamente, y creo que por detrás se reían de la confusión, de que tuviera que considerar como milagro lo que me supo a condena. Uno se quedó con la esposa más querida y otro con la amante perfecta, otro tuvo talentos, los más, dinero y relajación en abundancia, o hijos bellos y una casa transparente con techo; de tres pisos.
No me quejo: tuve sonrisas y semillas y una alforja llena de daños.
Quise que yo me viera, quise no desaparecer y puse una escalera desde donde vigilarme o admirarme, según la amplitud o la menudencia del ánimo en vigencia. Y ahí me veía pasar, pero no sabía qué decirme y el atalaya se hizo panóptico autoconmiserable cuando la pequeñez, afectuoso cuando la holgura: Fui mi padre, mi madre y mis hijos. Fui mi policía y mi perdón.
Como creador, me dejé bastante que desear, debo decirlo, y fui poco ambicioso, si no desatinado.

En otras palabras, fui perfecto.

Tanto que, como tanto me han robado y todos son todo lo que soy pero no pude ser, cuando me vaya, conmigo se irán esos ladrones.


Retrato

No son pinceladas: son caricias
de pelo de marta y de lágrima costumbre
que amasan la musa

Pero no son cerdas: son hilos
de dolor desentretejido.

-¿Y cuándo empezó el amor, para qué lo quiso el mundo?-
persiste en la puja: niño piadoso demiurgo; bufón
de aprendiz de ignorante y parto.

Que no son filamento sino de suspiro de lo que queda,
sonríe: “y me sobra, y eso que el pasado es cortito,
que si no quién sabe –y se acerca- : por cada latido
en el rincón más oscuro de la memoria, un beso
y por cada golpe de los tuyos, diez
carcajadas luminosas en espiral”

No son caricias: son rogativa gentil
en piel de trapo, que no es lienzo
sino espejo de sal
marina plañidera tango y bolero;
son ojos que devoran
y hacen mundo
la soledad.

Es Dios, que no interviene,
y yo,
que me inflamo,
por una vez, de bondad.


Rondo

Rondo el agujero, le doy forma
al vacío desde sus márgenes, tanteo el hueco, acaricio
los costados del volcán y río
cuando es el río que, a sangre y luz, me sumerge
cual semidios de circunstancia.

No tanto si es el mar
o el desierto, pero no escapo,
ni tanto cuando es pequeño el Universo, y menos
si no cabe mi grandor en una lágrima,
o sobra menudencia en una vida, y nada
si algo lleva tu nombre o suena
la música infortunada de un planeta perdido.

Mientras, sigo girando como alfarero
que modela el viento a golpe de caricia
-sinérgica, recogida, molecular-
y adivina lo cóncavo
desde las paredes.

Soy ojo, dedo, cuerpo y madera:
amo la fosa y su caparazón:
Busco la tumba,
niego la muerte.

Pero qué importa: escapo –ahora sí- del dolor
Hacia adentro, como corresponde
a un aprendiz, digo, y qué me encuentro
sino la nueva punzada del ramalazo permanente

y creo:
de creer y de crear.



Leve

Leve de sol a sol, y breve
como espuma vuelo ingrávido
y llueve
gota a gota de luz
la luz:
esa hendija
que inoportuna
importuna a la muerte

Qué inoportuna
importuna la muerte.

Por ahora

Mientras tanto por mí que por ahora siga el nervio
azote flagelo empuje tentempié
y el ojo abierto salado y la garganta carcelaria
o el simún interminable encavernado
que azota la costilla
preguntando por qué
y por qué.

yo estoy
en otra cosa: siendo feliz
donde no se note;

la mella
de lo aparente
no es cosa mía.