dominguito
Basta poner un pie en la diagonal 77 para que se nuble en toda su extensión; la flaca es gris de cabo a rabo, así como a la 80, un poquito más nutrida ella, le gusta tirar viento para aquel lado: un vientito inconstante sin otro fin que el de joder y divertirse, pero sin extraordinaria maldad. Al menos tiene sol. Así, lidiando entre bufandas que se abren en vez de envolver y cosas que caen y se enredan, llega el transeúnte salvo y con la cara levemente demudada por el fresquete y entra. Se promete no decir nada acerca de la temperatura pero la señora de panadería ya está lista: comenta, con cierta felicidad que no puede disimular, que dan más frío para mediados de semana, y enfatiza, alentada por un señor mayor que hace que sí con la cabeza esperando su turno para meter bocadillo al tono, así no se puede vivir, el transeúnte esnifa y lagrimea, pide medio quilo mentalmente mientras espera.
El señor, que sigue moviendo la cabeza como un perrito de auto, está de acuerdo con todas las afirmaciones de la señora y a esta altura ya tuvo un par de oportunidades para dar testimonio, basado en su larga experiencia, de que los coletazos del invierno en despedida son los más bravos y de que la primavera es fría. Qué gran verdad, dice la señora. Están intentando seducirse. Porque sí nomás, por ese mecánico movimiento que acontece entre dos géneros invariablemente. No importan la palabra ni el discurso, que apenas si pueden ofrecerse como continente de sentidos que los trascienden. "Medio kilo, por favor", son las que elige el transeúnte, con el mismo fin y, más tarde, "Hasta luego". Y más tarde esquiva a la mafia del pan relleno, mira con poco fervor mates labrados y huele incienso. Una canción larga suena: parece un introito continuo que no explota; suena, unos metros más allá otra, que explota continuamente y un sikuri prolijo y triste le mete dulzura a Melodías desencadenadas con el fin de vender discos. Con el mismo desgano con que miró los mates acepta responder preguntas de alguien, que, asegura, lo habrá confundido con alguien.
Todo huele a despedida.
Puf, ojalá tuviera -piensa casi con risa el transeúnte -el tamaño de mi dolor.
En la 7 parece haber menos gente de la que debería, como casi siempre los domingos.
Todo huele a despedida.
Puf, ojalá tuviera -piensa casi con risa el transeúnte -el tamaño de mi dolor.
En la 7 parece haber menos gente de la que debería, como casi siempre los domingos.